Cuando una sociedad deja de integrar a algunas personas o ciertos grupos, no solo fomenta desigualdad, sino que siembra insatisfacción y alimenta la frustración.
Esto puede derivar en situaciones extremas, como la delincuencia, cuando las oportunidades se vuelven inaccesibles y la desesperación toma el control.
La inclusión no es solo un acto de empatía; es una inversión en una sociedad más justa, segura y cohesionada. Porque cuando todos tienen un lugar, el bienestar colectivo se convierte en un objetivo alcanzable.
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